Caral-Supe y el surgimiento de la civilización andina
En el desierto costero del norte-centro de Perú, una serie de valles fluviales desciende desde la imponente cordillera de los Andes hasta el mar. En las últimas décadas, las excavaciones arqueológicas en estos valles han comenzado a revelar los restos de algunas de las ciudades más antiguas de las Américas. Las más numerosas y mejor investigadas pertenecen a una extensa sociedad llamada Caral-Supe, compuesta por más de veinticinco complejos templarios. Esta cultura también es conocida de manera más amplia como el Norte Chico, una referencia en español a su ubicación en la costa norte-central del Perú.
Ya se han desenterrado decenas de pirámides escalonadas en estos sitios. Muchas otras aún guardan sus secretos bajo las arenas. La construcción inicial de estos complejos ceremoniales, que comenzó antes del 3000 a. C., antecede a las primeras pirámides de Egipto y es contemporánea de los zigurats de Mesopotamia. Además, precede en más de 1500 años a un nivel comparable de complejidad social entre los olmecas de Mesoamérica. Estos hallazgos revelan una historia extraordinaria sobre cómo surgió por primera vez una civilización en el Nuevo Mundo, una que prosperó durante más de mil años antes de su eventual colapso. Incluso tras su posterior declive, las prácticas culturales establecidas aquí sentarían las bases de la cultura andina a lo largo de los milenios siguientes.
Secciones
- Introducción
- La invención independiente de las pirámides andinas
- El enigma precerámico
- ¿Hubo una fundación marítima de la civilización andina?
- La expansión cultural: Caral-Supe, Norte Chico, Casma/Sechín y Kotosh
- Las raíces de la civilización andina
- Evidencia temprana de los cataclismos de El Niño
- Fuentes
La invención independiente de las pirámides andinas
Cuando la mayoría de la gente escucha la palabra “pirámide”, suele pensar en las enormes estructuras triangulares de lados relativamente lisos del antiguo Egipto que antaño sirvieron como tumbas de faraones. Las pirámides del Nuevo Mundo difieren tanto en forma como en función. Las de Sudamérica y Mesoamérica no se construyeron simplemente como tumbas, aunque algunas sí contenían entierros. Más bien eran principalmente plataformas para que sus gobernantes y sacerdotes chamánicos realizaran ceremonias y tareas administrativas. Su altura elevada servía como símbolo de poder del estatus social superior de esta élite y de su papel teocrático como intermediarios de sus deidades. Muchas se erigieron en múltiples fases a lo largo de siglos, elevándose sobre pirámides preexistentes en fases posteriores de construcción.
Los predecesores de las pirámides andinas comenzaron milenios antes de la era de Caral-Supe. Eran sencillos montículos de tierra que cumplían una función ritual. El más antiguo conocido es Huaca Prieta, llamado así por su rico suelo oscuro. Se construyó lentamente durante siglos con capas sucesivas de ofrendas de huesos, conchas, entierros y fuegos ceremoniales. Su montículo empezó a formarse hace siete mil años. Creció durante tres mil años hasta alcanzar una altura de 100 pies antes de ser finalmente abandonado (Dillehay et al., 2012). En fases posteriores, este montículo empezó a reforzarse con muros de piedra y se construyeron habitaciones en la plataforma superior con una rampa que ascendía desde la base. Comenzaba a parecerse a las pirámides andinas posteriores.
Las pirámides de la cultura Caral-Supe comenzaron alrededor del 3000 a. C. A diferencia de los Andes rocosos, esta región costera no tiene canteras de donde extraer megalitos del lecho rocoso. En su lugar, se construyeron principalmente con haces de piedras pequeñas atadas con cuerdas de junco, cementadas con barro como mortero. Se han excavado ofrendas de figurillas de arcilla y entierros sacrificiales dentro de estas capas. Se levantaron como una serie de plataformas con escaleras anchas que conducían a numerosas habitaciones construidas en la parte superior. Algunas se hicieron en una sola fase de construcción. Otras tuvieron periodos de uso, tras los cuales comenzaba otra fase de construcción, rellenando las habitaciones previas y creando un nivel más alto. Luego, templos y grandes residencias se enlucían con arcilla y se pintaban de blanco, rojo o amarillo. La cantidad de trabajo involucrado en la construcción habría sido inmensa, requiriendo la coordinación de grandes grupos de trabajadores.
Comúnmente halladas junto a estas pirámides escalonadas se encuentran plazas circulares hundidas, situadas frente a los peldaños principales que conducen al templo. Estas se convertirían en un tema arquitectónico recurrente también en periodos posteriores de los Andes, como en el sitio de Chavín de Huantar. ¿Cuál era el papel de estos anfiteatros hundidos? Sabemos que la música era parte integral de sus ceremonias. En el "Templo de los Anfiteatros" de Caral se encontraron 32 flautas y 38 trompetas, talladas en huesos de pelícano y cóndor (Shady, 2006). Su propósito también parece estar estrechamente ligado a las pirámides mismas, probablemente sirviendo como lugares de reunión comunitaria para los practicantes religiosos antes de que los sacerdotes ascendieran las escaleras para hacer ofrendas en la cima de los templos.
En la cima de estas pirámides había salas ceremoniales centrales. Sus paredes interiores contenían nichos, posiblemente como repisas para estatuas de ídolos (como era común en culturas andinas posteriores). Y en el centro de estas salas había braseros para fuegos. Se alimentaban de oxígeno mediante conductos de ventilación subterráneos, para ayudar a avivar la intensidad de la llama. Los restos recogidos de uno de estos conductos contenían restos carbonizados de huesos, conchas, material vegetal y diversos artefactos (Shady, 2006). Es probable que se tratara de ofrendas sacrificiales (lo cual, nuevamente, sería consistente con culturas posteriores). Este uso de fuego ceremonial sobre estas plataformas elevadas recuerda los milenios de fogatas que tuvieron lugar en el montículo de Huaca Prieta. Estos temas continuos demuestran que la religión andina tuvo una trayectoria muy larga, con algunas de sus prácticas remontándose a una profunda antigüedad.
Algunos podrían ver pirámides antiguas en distintos continentes y preguntarse si pudieron haber estado conectadas por alguna cultura madre única. Esta hipótesis, conocida como hiperdifusionismo, fue popular antes de principios del siglo XX. Pero un siglo después, tras la invención del fechado por radiocarbono, esa explicación ha demostrado no concordar bien con la evidencia reciente. En primer lugar, muchas de estas pirámides antiguas comenzaron en diversas regiones durante periodos muy diferentes. Y, como muestra Huaca Prieta, en Perú la práctica de construir pirámides evolucionó muy lentamente, a lo largo de miles de años, comenzando por sencillos montículos. No fue una práctica que apareciera de repente completamente formada, como cabría esperar con la llegada abrupta de una cultura radicalmente nueva. Y, como se detalla arriba, tanto la estructura como la función de estas pirámides eran significativamente diferentes de las del antiguo Egipto. Estas pirámides son claramente de otra cultura. Tampoco contamos con pruebas convincentes de otro contacto transatlántico precolombino, como la introducción de alimentos domesticados o evidencia genética.
Con base en todo esto, es razonable concluir que este estilo de pirámide andina fue una invención exclusivamente andina, al igual que su cultura más amplia (tratada con mayor detalle más abajo). Pero ¿por qué diversas culturas del mundo habrían decidido empezar a construir estas estructuras de forma triangular? La respuesta simple aquí es que problemas y limitaciones similares suelen llevar a soluciones similares. La motivación para construir grandes templos puede haber sido universal, para enfatizar la importancia tanto de su élite gobernante como de sus sitios ceremoniales. Pero se trataba de una época muy anterior a las construcciones con armazón de acero, donde los materiales principales eran barro y piedra. En vez de levantar paredes verticales frágiles, la forma más obvia y estable de construir una estructura alta sin que colapsara era simplemente hacerla más ancha en la base y más estrecha hacia la cima. Es un patrón al que múltiples culturas habrían llegado de manera independiente mediante prueba y error básicos: el diseño menos propenso a volcarse.
El enigma precerámico
Fue un sitio discreto llamado Aspero, en una península costera en la desembocadura del río Supe, el que inicialmente proporcionó evidencia de la antigua cultura Caral-Supe. Aspero había sido primero estudiado por investigadores anteriores, incluido el célebre arqueólogo alemán Max Uhle, en 1905, y Gordon Willey en 1941. Al ser anterior a la llegada del fechado por radiocarbono, ambos observaron la ausencia de cerámica en el sitio y asumieron que la cultura que había vivido aquí era una comunidad pesquera más reciente y tecnológicamente primitiva. Fue una omisión que hizo que la importancia del lugar se pasara por alto durante décadas.
La amplia abundancia de cerámica en los sitios arqueológicos neolíticos suele revelar mucho sobre la cultura que ocupó un lugar determinado. Y la alfarería normalmente se asocia con alimentos domesticados, comúnmente considerados un precursor de la civilización. Suele estar presente allí donde hay asentamientos agrarios antiguos. Por ello, su ausencia en Aspero indicaba erróneamente que no había mucho de interés por descubrir. Lo que no habían reconocido era que los grandes montículos que se veían aquí escondían pirámides debajo (Moseley & Willey, 1973). Su marco mental existente excluía la posibilidad de que una cultura que no mostraba conocimiento de la cerámica pudiera haber construido estructuras monumentales. En su lugar, estos rasgos se confundieron con accidentes geológicos naturales. Moseley bromeó más tarde: "Estamos muy cautivados por nuestras propias preconcepciones, y lo que vemos es lo que obtenemos. Pero lo que esperamos realmente determina lo que vemos. Si no esperas que haya grandes montículos de plataformas, no los vas a ver, incluso si es bastante obvio." (Moseley, 2010)
Durante décadas, los Chavín del posterior Período del Horizonte Temprano (900-200 a. C.) habían sido considerados la cultura madre de la civilización andina. Tras la excavación del sitio costero de Huaca Prieta en la década de 1940 (Bird et al., 1985), con su gran montículo ceremonial de tierra precerámico, esa historia comenzó a reescribirse. Esto dio lugar a un reconocimiento creciente de la complejidad cultural que empezaba a surgir en el Perú durante este Período Precerámico (8000-1850 a. C.).
Este cambio en la comprensión de la cronología andina llevó a Michael Moseley y Gordon Willey a realizar otra excavación en Aspero en 1971, abordándola con un marco interpretativo revisado. Volvieron a cartografiar el sitio, que incluía tres pirámides de montículo con plataformas. Vieron a Aspero como evidencia de un cambio hacia una cultura sedentaria, señalando la enorme cantidad de trabajo requerida para construir estos templos. Las pruebas posteriores de radiocarbono en Aspero arrojaron fechas de 3000-1800 a. C., convirtiéndolo en uno de los sitios más antiguos con arquitectura monumental en las Américas.
Entre los pocos productos agrícolas recuperados de Aspero estaban las calabazas, parientes de las zapallos y las calabazas de invierno (Moseley & Willey, 1973). Se vaciaban para usarse como flotadores de redes de pesca, o como recipientes. Debido a sus cáscaras duras, habrían sido un sustituto eficaz de la cerámica de barro. La presencia de estas calabazas en la costa peruana podría explicar por qué esta cultura fue más lenta en adoptar la cerámica que algunas otras partes de Sudamérica. Con la investigación realizada en Aspero, otra pieza importante del rompecabezas había encajado, empezando a revelar cómo la civilización emergió a lo largo de los Andes durante el periodo precerámico. Pero el panorama más amplio aún estaba incompleto.
¿Hubo una fundación marítima de la civilización andina?
La comprensión convencional de cómo surgió por primera vez la “civilización” en distintos lugares del mundo sostenía que primero requería la aparición de la agricultura. Se pensaba que esto proporcionaba un suministro de alimentos estable y predecible, permitiendo poblaciones más densas que las que los alimentos silvestres podían soportar. Sin embargo, en Áspero los investigadores veían un sitio temprano que mostraba un giro hacia una mayor complejidad social, pero que carecía de evidencia extensa de agricultura. Su paisaje costero arenoso y salino no era particularmente adecuado para la agricultura, y Moseley no observó allí pruebas generalizadas de maíz, ciertamente no como alimento básico principal. Tampoco vio amplia evidencia de otros cultivos alimentarios domesticados comunes en sitios posteriores, como la yuca (mandioca) y las papas.
Estas excavaciones iniciales en Áspero revelaron, en cambio, una cultura fuertemente dependiente de los recursos marinos para su alimentación. Los concheros estaban compuestos principalmente por moluscos, pero también contenían huesos de peces, aves, lobos marinos y ballenas. Esto no sorprende, considerando la ubicación costera ideal de Áspero, junto a uno de los hábitats oceánicos más ricos en nutrientes del mundo. La productividad de este tramo de costa se debe a una corriente de agua fría y de baja salinidad, llamada Corriente de Humboldt, que se desplaza por el lado occidental de Sudamérica. Esto provoca un afloramiento de nutrientes desde las profundidades marinas, alimentando una abundancia de fitoplancton, que sirve como base de la cadena trófica marina. Numerosos cardúmenes de sardinas y anchoas habrían sido una fuente de proteína durante todo el año.
Durante la década de 1960, varios investigadores que trabajaban de forma independiente ya habían empezado a señalar esta fuerte dependencia de los recursos marinos en los sitios costeros. El artículo de 1973 de Moseley y Willey sobre Áspero añadió más peso a estas observaciones. Luego, en 1975, Michael Moseley desarrolló la idea en un libro, formulándola como una hipótesis más amplia llamada “Fundaciones Marítimas de la Civilización Andina” (MFAC). En su esencia, la MFAC proponía que la abundancia de productos del mar, y no los cultivos agrícolas, fue el pilar que sentó las bases para la posterior aparición de la civilización andina.
Además, Moseley propuso que el desarrollo de la agricultura en estos sitios costeros estuvo impulsado principalmente no por la producción de cultivos alimentarios, sino más bien por el cultivo de insumos no alimentarios que apoyaran actividades relacionadas con la pesca. El algodón, hallado en Áspero, se utilizaba para fabricar redes, líneas de pesca y vestimenta. Se sabe que la totora era usada por las comunidades costeras para construir embarcaciones primitivas y esteras. Las calabazas se empleaban como recipientes para transportar agua fresca o semillas, y también se usaban para fabricar flotadores de redes.
La ubicación de este sitio, en la costa cerca de las desembocaduras de los ríos, estaba en proximidad tanto de los recursos marinos como de tierras cultivables río arriba. Moseley pensaba que solo después de que toda la tierra de cultivo cercana estuviera en uso estos habitantes costeros se habrían trasladado más arriba por los valles fluviales. A medida que crecían las distancias, la comunidad se habría especializado entre pescadores costeros y agricultores del interior. Los productos del mar se intercambiarían por algodón y otros cultivos complementarios. Moseley sugirió además que esta complejidad social, fundada en los recursos marinos, había “preadaptado” a esta sociedad para la posterior adopción de una economía más plenamente agropecuaria, incluyendo la construcción de canales de riego.
Era una hipótesis convincente, pero ¿era cierta? Cuando la MFAC se planteó por primera vez, el panorama más amplio aún estaba incompleto. Moseley desconocía los muchos otros sitios de Caral-Supe que aún quedaban por descubrir, los cuales pondrían en entredicho su hipótesis.
La expansión cultural: Caral-Supe, Norte Chico, Casma/Sechín y Kotosh
En 1996, una arqueóloga peruana veterana, la Dra. Ruth Shady Solís, inició excavaciones en el sitio de Caral, ubicado a unos 18 mi / 30 km río arriba del río Supe desde Áspero. Al igual que Áspero, era otro sitio precerámico, pero mucho más grandioso en escala y complejidad, semejante a una ciudad antigua. Contaba con seis grandes monumentos piramidales de plataforma y plazas circulares hundidas. Estaba rodeado de numerosas estructuras residenciales. Algunas de ellas eran casas más grandes de varias estancias, ubicadas cerca de los templos, hechas de piedra, recubiertas con enlucido y luego pintadas de blanco. Otras residencias más pequeñas, en las afueras de la ciudad, estaban hechas de estacas y rellenas con barro. Esta divergencia en los estilos constructivos evidenciaba el desarrollo de una jerarquía social, con una élite gobernante que ocupaba el corazón del centro urbano.
También se reveló que el alcance de la cultura más amplia dentro de la región era mucho más extenso. El trabajo de campo de Shady en los años 90 identificó 18 sitios diferentes en el Valle del Supe con patrones arquitectónicos similares, algunos comparables en tamaño a Caral (Solis, 2006). En este contexto, Áspero pasó a verse más como un complejo templario satélite que era solo una parte menor de una red mucho más amplia de sitios. A esta cultura se la denominó cultura Caral-Supe, nombrada tanto por la ciudad de Caral como por el valle fluvial donde se ubicaban estos muchos otros sitios.
En 2001, Shady invitó a los arqueólogos radicados en Chicago, Jonathan Haas y Winifred Creamer, para que la asistieran en el fechado por radiocarbono de Caral. Dado que los monumentos se construyeron con haces de piedras atados con cuerdas de fibra de junco, estas cuerdas podían fecharse directamente para determinar la antigüedad de las estructuras. El estudio arrojó fechas entre 2627 y 1977 a. C. Esto fue unos siglos después del establecimiento de Áspero, que para entonces se había fechado en 3055 a. C. La datación más temprana de Áspero dio cierta credibilidad a la hipótesis de las Fundaciones Marítimas de Moseley. Sin embargo, también quedó claro que Caral y otros sitios del interior finalmente superaron con creces a su predecesor costero.
Más tarde, Shady tuvo un desencuentro con Haas y Creamer, pues consideró que habían intentado atribuirse el mérito por el trabajo de campo mucho más prolongado de su equipo en el sitio (Shady, 2005; Miller, 2005). Haas y Creamer solo habían visitado brevemente antes de que se les enviaran por correo las muestras para el fechado. Moseley se puso del lado de Shady en la disputa. Las denuncias llevaron finalmente al gobierno peruano a iniciar una investigación y al Field Museum of Natural History de Chicago a reprender a Haas y Creamer por no otorgar la debida atribución. No obstante, Haas y Creamer reanudaron su trabajo en la región y continuaron realizando contribuciones intelectuales significativas. Sus posteriores prospecciones en los valles de los ríos Fortaleza y Pativilca, al norte, revelaron otros 13 sitios (Hass et al., 2005), y prospecciones posteriores encontraron más sitios contemporáneos cerca del río Huaura, más al sur. Esto llevó a Hass y Creamer a acuñar el término Norte-Chico (que en español se traduce aproximadamente como “un poco al norte”) para describir la huella más amplia de esta cultura a través de estos cuatro valles fluviales de la costa norte-central del Perú. Si bien Norte-Chico quizá sea más preciso geográficamente, Shady probablemente vio este cambio de marca de su trabajo como otro desaire, como si estuviera disminuyendo la labor pionera que ella dirigió en Caral. El nombre Norte-Chico aparece ahora más comúnmente en fuentes anglófonas norteamericanas, mientras que Caral-Supe sigue siendo más típico en fuentes peruanas. Aquí uso Caral-Supe para describir el trabajo de Shady y los sitios del Valle del Supe, y Norte Chico para referirme a la cultura más amplia.
Aunque no suele considerarse parte del Norte Chico, otro sitio 120 mi / 200 km al norte, llamado Sechín Bajo, indica un origen aún más temprano de algunos de estos rasgos culturales. Aquí se excavó una plaza circular hundida, similar a las del Norte-Chico, pero fechada siglos antes, hacia 3.500 a. C. (McDonnell, 2008). Se considera más afín a la tradición del Valle de Casma/Sechín. Sin embargo, sí demuestra cómo estas prácticas culturales se estaban difundiendo por una región más amplia. Este estilo arquitectónico puede haber surgido dentro de los valles fluviales costeros, pero hacia el final del periodo precerámico se había expandido hacia los Andes. Los templos de la Tradición Religiosa de Kotosh también incluían plazas circulares hundidas y pirámides escalonadas de plataforma elevada con fogones ventilados (Shady, 2006; Toohey et al., 2024). Estos patrones arquitectónicos continuarían resonando a lo largo de las culturas andinas posteriores en los siglos que siguieron.
Las raíces de la civilización andina
Lo que se reveló a través de estas ciudades y complejos templarios del Norte Chico fue un grado de complejidad social muy por encima de lo que se creía posible durante el Período Precerámico Tardío. Ruth Shady ha descrito que esta cultura alcanzó la civilización (Shady, 2006). Pero ¿qué se entiende por civilización? Un problema con este término es su imprecisión: no existe una definición única universalmente aceptada. Tampoco hay un único momento en el que se alcance de repente. Como se ha revelado en los Andes y en otras partes del mundo, emerge mediante un proceso lento a lo largo de muchos siglos. Algunos arqueólogos evitan intencionalmente usar la palabra, optando por términos más específicos como urbanización. Cuando se emplea, generalmente describe un conjunto común de atributos que tienden a surgir en paralelo. Estos incluyen poblaciones más densas, el crecimiento de ciudades con centros urbanos y sitios monumentales, el desarrollo de redes de comercio, la especialización del trabajo y la estratificación de la sociedad en una jerarquía social, con una clase élite que actúa como gobierno centralizado. Según esta definición, las excavaciones de Shady han proporcionado evidencia suficiente para afirmar con justicia que Caral-Supe fue una civilización.
En todo el mundo, otros ejemplos del surgimiento de la civilización también han coincidido generalmente con un cambio hacia la agricultura. En modos de vida basados en cazadores-recolectores, las personas dependen por completo de la capacidad de carga natural de sus entornos. Si las poblaciones se concentran demasiado durante demasiado tiempo, al recolectar en exceso en un mismo lugar, las fuentes de alimentos silvestres pueden agotarse y resultar en hambrunas. Esto a menudo conduce a patrones migratorios más nómadas dentro de estos grupos mientras buscan alimento. El cambio hacia la agricultura incrementa la capacidad productiva de la tierra al enfocarse en cultivos más densos en calorías y explotables. Trajo consigo un suministro de alimentos más estable y predecible. Esto, a su vez, permitió mayores densidades poblacionales y un estilo de vida más sedentario, como se observa con el crecimiento de las ciudades. Y con este sedentarismo, al quedar su identidad social más vinculada a un lugar fijo, la gente pudo dedicar más tiempo a construir y mantener estructuras residenciales locales y monumentos templarios.
La Revolución Neolítica fue, sin embargo, un proceso muy lento. Las plantas se domesticaron cada vez más a lo largo de miles de años. Inicialmente los alimentos cultivados solo habrían complementado los alimentos silvestres, como los ricos recursos marinos de la Costa Peruana. Esto nos devuelve a la hipótesis de las Fundaciones Marítimas de la Civilización Andina de Moseley. ¿Era creíble que la civilización surgiera aquí basada principalmente en las pesquerías, antes de que los alimentos agrícolas estuvieran en uso? ¿O surgió siguiendo el patrón más familiar, con una dependencia creciente de la agricultura? Décadas después de ser propuesta por primera vez, las excavaciones posteriores de estos sitios del Norte Chico pueden haber ayudado ahora a resolver finalmente este debate.
Aunque Moseley había visto inicialmente muy poca evidencia de agricultura en Áspero, en los sitios del interior los investigadores encontraron señales mucho más extensas. Sus habitantes cultivaban una amplia variedad de plantas comestibles, como camote, frijoles, zapallos, palta (aguacate), guayaba, lúcuma, achira, pacay y ajíes (Shady, 2006; Hass et al., 2005). Un estudio que examinó rastros microscópicos en coprolitos, registros de polen y residuos de herramientas de piedra también pudo determinar que el maíz se consumía efectivamente en estos sitios tempranos (Haas et al., 2013), aunque aún no era un alimento básico como en periodos posteriores (Pezo-Lanfranco et al., 2022). Sin embargo, a diferencia de los productos marinos, el maíz puede almacenarse por largos periodos, ayudando a sobrellevar épocas de escasez de otros alimentos frescos, por lo que habría sido un cultivo valioso.
Se requería riego para aumentar la productividad agrícola de estos valles fluviales. El desierto costero del Perú recibe menos de una pulgada de lluvia por año, por lo que el agua de lluvia por sí sola no es suficiente para cultivar. Se construyeron canales de riego para conducir el agua de los ríos hacia los campos, mientras que manantiales naturales ayudaban a complementar el agua durante periodos secos (Shady, 2006). Esta necesidad de riego también pudo haber sido un factor en cómo comenzaron a desarrollarse la jerarquía social y la administración centralizada de la tierra (Haas et al., 2005). La ubicación de estos asentamientos a lo largo de los valles fluviales fue crítica para su éxito, ya que garantizaba acceso a este recurso vital para la agricultura. Esto habría llevado a una concentración de poder entre quienes tenían las tierras de cultivo más productivas y un suministro de agua constante. Al igual que con la construcción de sus pirámides, la excavación de estos canales también requirió enormes cantidades de mano de obra, con la élite gobernante supervisando este esfuerzo.
El comercio también fue clave para el crecimiento de estas ciudades. Incluso con el aumento de la evidencia de agricultura, en estos sitios del interior los recursos marinos seguían siendo la fuente principal de proteína. La carne consumida en Caral era casi exclusivamente productos del mar, como anchovetas, sardinas, almejas y mejillones (Solis, Haas, Creamer, 2001a). Sin embargo, Caral estaba situada a 25 km de la costa, una distancia demasiado grande para que los pescadores pudieran vivir allí y desplazarse diariamente. Y pese a la abundancia de semillas de algodón, había una ausencia total de equipamiento de pesca. En contraste, redes y anzuelos se encontraron en los sitios costeros de Áspero y Bandurria. Las grandes cantidades de pescado y mariscos consumidos en Caral habrían sido traídas e intercambiadas por los productos agrícolas de los valles fluviales, un intercambio de alimentos marinos ricos en proteína por cultivos densos en carbohidratos y algodón para redes y vestimenta. Otra evidencia de comercio fueron hallazgos de papas blancas en sitios costeros (que solo crecen en las tierras altas) y de mariscos en las propias tierras altas.
Estas comunidades pesqueras costeras y las comunidades agrícolas del interior eran complementarias y son un ejemplo de la especialización del trabajo. Otros tipos de oficios relacionados con el comercio también pueden haber surgido. Por ejemplo, en Caral se encontró un taller que contenía cuentas de crisocola, cuarzo, spondylus y otras piedras, junto con herramientas de piedra y hueso (Shady, 2006). Esto sugiere que pudo estar emergiendo una clase artesanal especializada.
Estas ciudades del interior, situadas esporádicamente a lo largo de los valles como partes de largas redes de intercambio, habrían actuado como importantes nodos comerciales para el intercambio. La riqueza se concentró entre la élite que ayudaba a orquestar este comercio. También se ha encontrado en Caral la primera evidencia de lo que parece ser un quipu. Se trata de una serie de cuerdas atadas que más tarde se utilizaron principalmente como dispositivo contable, aún en uso por los incas en el momento de la conquista española. Podrían haberse utilizado para registrar transacciones comerciales u ofrendas tributarias.
Los hallazgos arqueológicos provenientes de estos otros sitios parecen indicar que la agricultura desempeñó un papel más significativo de lo que se creía. Entonces, ¿esta comprensión más completa de su historia sigue apoyando la Hipótesis de las Fundaciones Marítimas? En 2004 Moseley escribió: "Esto puede enmarcarse como una hipótesis: los habitantes de Caral obtenían más del 50% de su nutrición del mar. La proposición es fácilmente comprobable mediante análisis dietario de la química ósea humana. … Si el análisis químico de los huesos humanos demuestra que las personas recibían la mayor parte de sus calorías del mar, como se espera, entonces a los pescadores peruanos se les puede acreditar la creación de la civilización más antigua de las Américas."
Un estudio de 2022 intentó responder precisamente a esa pregunta. Arqueólogos forenses analizaron los huesos de 52 individuos de Áspero y Caral. Se determinó que se consumía un mayor porcentaje de productos marinos en Áspero que en Caral, pero los alimentos vegetales seguían constituyendo la mayoría de sus dietas (55%-68% en Áspero y más del 70% en Caral), incluso desde las ocupaciones tempranas (Pezo-Lanfranco et al., 2022). El porcentaje de productos marinos también parece haber disminuido en Caral en periodos posteriores, donde las técnicas agrícolas en mejora y las domesticaciones mejoradas pudieron escalar mejor junto con una población en crecimiento que lo que podían las pesquerías silvestres.
Así que, con base en la propia prueba de Moseley, aunque sigue siendo un porcentaje significativo, los recursos marinos no parecen haber alcanzado su umbral requerido. Además, Haas había argumentado que, si los recursos marítimos fueran el factor clave en la aparición de la civilización aquí, ¿por qué los sitios más grandes no están ubicados a lo largo de la costa en lugar de tierra adentro, como en Caral? (Miller, 2005). En cambio, la explicación más matizada parece ser una más en paralelo con el surgimiento de otras civilizaciones tempranas del mundo, donde la adopción de alimentos agrícolas finalmente siguió desempeñando el papel decisivo.
Aunque la formulación original de la hipótesis de las Fundaciones Marítimas no ha resistido plenamente el escrutinio, ahora sí contamos con una comprensión más profunda de la importancia de los alimentos de origen marino durante este periodo. El marisco, no obstante, sigue apareciendo como la fuente primaria de proteína en la dieta del Norte Chico, particularmente ante la ausencia de otros animales domesticados como fuente de proteína. Y los recursos marinos sin duda contribuyeron a la nutrición general y a la seguridad alimentaria de estas comunidades. Muchas de las otras interpretaciones de Moseley también han resistido el paso del tiempo, como los pescadores intercambiando pescado por algodón para sus redes y calabazas para sus flotadores. Un estudio de 2017 que excavó en el estuario de La Yerba, en la costa sur del Perú, observó una cultura pesquera contemporánea que comenzó a urbanizarse solo después de la introducción de algodón domesticado desde el norte (Beresford-Jones et al., 2017). Esta comunidad venía fabricando redes de pesca con gramíneas relativamente débiles. Pero tras la introducción del algodón, como el usado por el Norte Chico, parece que pudieron explotar mejor el océano con redes de mayor calidad. Solo a partir de ese punto, con una intensificación de los recursos marinos, comenzó a aparecer arquitectura monumental en La Yerba. Estos investigadores presentan esto como una versión más refinada de la hipótesis de las Fundaciones Marítimas, que ellos mismos consideraron “más persuasiva que nunca”. El debate continúa.
Evidencia Temprana de los Cataclismos de El Niño
La cultura Caral-Supe/Norte Chico prosperó por más de mil años, hasta aproximadamente 1800 a. C., cuando comenzó a decaer. Sus numerosos complejos templarios, que antes funcionaban como importantes centros religiosos y administrativos, fueron finalmente abandonados. ¿Qué provocó el fin de la cultura que había florecido aquí durante tanto tiempo? Otro sitio costero precerámico llamado Vichama nos proporciona pistas.
Vichama está ubicado en la costa cerca del río Huaura (hacia el límite sur de la región del Norte Chico). Su nombre deriva de un mito precolonial sobre Vichama y Pachacámac, dos hijos del Dios Sol. La leyenda alude al sacrificio humano que nutre la tierra, dando lugar al primer cultivo de diversos productos. También relata cómo las personas se convirtieron en monolitos de piedra, o huancas, como los encontrados a lo largo de estos sitios del Norte Chico (Creamer et al., 2017).
El complejo arqueológico de Vichama fue construido hacia el final de la cultura Norte Chico, alrededor de 1800 a. C. (TV Perú / Shady, 2022). Es singular frente a otros sitios del Norte Chico por el mayor grado de preservación de sus muros enlucidos con arcilla y, sobre todo, por sus murales escultóricos. Ruth Shady ha descrito estos frisos como una captura de la memoria social colectiva de las personas que una vez vivieron aquí. Descifrar lo que simbolizaban para aquella gente antigua suele ser un reto. Sin embargo, los de Vichama parecen compartir un tema común, uno que se correlaciona bien con el registro arqueológico más amplio.
Sobre la pirámide del templo principal hay un mural con una fila de personas, posiblemente danzando, pero que se están abriendo sus estómagos vacíos, se quitan la cabeza, o están representadas boca abajo. En los extremos de estas filas hay peces apuntando hacia abajo, que un guía del sitio sugirió que simbolizaban la disminución de las capturas de pescado. Un nivel inferior presenta figuras más demacradas, parecidas a esqueletos, con costillas expuestas y vientres hundidos, con los ojos cerrados, posiblemente para representar que están fallecidas.
En el nivel superior a estas figuras hay una plaza cuadrada, que tiene un mural de un sapo antropomorfizado siendo golpeado por un rayo. Los sapos se asocian con la lluvia en la mitología andina, por lo que esto puede representar una preocupación por la lluvia, ya sea demasiado poca o demasiada (más sobre eso enseguida).
Un tercer mural en el sitio fue descubierto más recientemente (lamentablemente aún estaba en excavación durante mi visita). Muestra serpientes curvas, que en el arte andino suelen interpretarse como ríos serpenteantes (quizá debido a que las anacondas viven en los ríos). Las cabezas de estas serpientes llegan a lo que se ha sugerido ser una semilla antropomorfizada echando raíces. Se piensa que este mural representa aguas de los ríos irrigando cultivos.
¿Cuál era el significado más profundo que ilustraban los murales de Vichama, particularmente las figuras esqueléticas demacradas en lo alto de su templo? Las imágenes parecen estar relacionadas con la agricultura, los peces, la lluvia y un periodo de hambruna. Conocer un poco más la geografía y el clima únicos de la costa peruana ayudará a completar algunos vacíos de la historia.
Como se detalla arriba, normalmente la Corriente de Humboldt trae agua y aire fríos por la costa occidental de Sudamérica, contribuyendo a sus pesquerías productivas. Este aire frío, junto con la gigantesca barrera climática oriental de los Andes, es también lo que mantiene tan árida esta región desértica. Sin embargo, cada pocos años los patrones meteorológicos del Océano Pacífico se invierten temporalmente debido al debilitamiento de los vientos alisios. Esto permite que agua cálida ecuatorial fluya hacia el este, elevando las temperaturas superficiales a lo largo de la costa. A estos se les denomina eventos de Oscilación del Sur de El Niño (ENSO). Típicamente, los El Niño ocurren cada 3–4 años, y tienden a ser relativamente leves. Pero su intensidad puede variar mucho, a veces alterando radicalmente los patrones climáticos regionales con consecuencias devastadoras.
Estos eventos meteorológicos extremos afectan el suministro de alimentos de múltiples maneras. En primer lugar, reducen severamente la disponibilidad de productos del mar. El agua cálida concentrada en la superficie del océano interrumpe la circulación de la Corriente de Humboldt, impidiendo el afloramiento de nutrientes y provocando un declive del plancton. Esto impacta toda la cadena alimentaria, incluidos los peces y otras formas de vida marina. Los El Niño se asocian comúnmente con mortandades masivas de polluelos de aves, cuando sus padres se ven forzados a huir a otros lugares en busca de alimento (Mann, 2018). También se sabe que lobos marinos y otras especies marinas migran a otras zonas durante estos periodos. Para una sociedad que derivaba la mayor parte de su proteína del mar, el colapso de esta fuente mayor de alimento habría contribuido significativamente a periodos de hambruna.
El segundo gran impacto traído por eventos de El Niño extremos es la inundación severa, que afecta dramáticamente a la agricultura. A medida que el aire cálido y húmedo es empujado por los Andes montañosos, exprime humedad de las nubes, resultando en lluvias torrenciales. La tierra dura y expuesta de este entorno desértico, mayormente desprovisto de vegetación excepto dentro de los valles fluviales, hace poco por ralentizar las aguas de inundación. Estas crecidas depositaron grandes mezclas de escombros a lo largo de las riberas, creando cordones litorales en playas costeras. Esto desplazó la hidrología, causando la inundación de valles bajos. Una excavación de una antigua residencia cerca de Áspero encontró evidencia de esto, mostrando una capa distinta de limo depositado con un patrón ondulado (Sandweiss et al., 2009).
Estos cordones de sedimentos de inundación fueron analizados mediante carbono para determinar su datación. Los cambios significativos del paisaje comenzaron alrededor de 2000 a. C., con eventos de inundación particularmente graves ocurriendo entre 1600–1800 a. C. (Ortloff, 2022). Esta datación coincide bien con el declive del Norte Chico. Las inundaciones también despojaron de valiosa capa superficial a las tierras agrícolas dentro de los valles fluviales, mientras que inundaron los campos con arena. Habrían impactado significativamente los canales de riego vitales. Esta devastación hizo que la actividad agrícola se desplazara a elevaciones más altas, hacia mesetas más protegidas pero menos productivas. Los ríos en crecida también expulsaron sedimento hacia las aguas costeras, que se depositó sobre lechos de conchas de moluscos, afectando aún más las pesquerías (Ortloff, 2022). Además, el cordón costero creado resultó en un aumento de la arena soplada a través del paisaje, inundando comunidades costeras (Sandweiss et al., 2009).
Esta pérdida tanto de tierras agrícolas productivas como la reducción en la disponibilidad de productos marinos significó que el suministro de alimentos habría sido mucho más limitado y ya no capaz de sostener grandes poblaciones. Durante estos periodos extremos de El Niño, la capacidad de carga del entorno quedó severamente restringida. Y para un pueblo antiguo que creía que los desastres naturales emanaban de deidades sobrenaturales, esta degradación ambiental también habría puesto en entredicho la estructura de poder social de la teocracia gobernante. Hacia 1500 a. C. la mayoría de los complejos templarios de la región muestran signos de un abandono casi total (Ortloff, 2022). Fue un colapso mayor de la civilización Norte Chico/Caral-Supe. Algunos de estos valles no volverían a ser repoblados con ciudades hasta tiempos modernos (Sandweiss et al., 2009).
Hay quienes, dentro de círculos de historia alternativa o con una comprensión bíblica de la historia, suelen confundir estos eventos de inundación sudamericanos con su creencia en un mega-diluvio global, un suceso que afirman ocurrió hace miles de años. Si bien es cierto que muchas culturas del mundo tienen mitologías de inundaciones, debe señalarse que las sociedades agrarias tempranas tendieron a originarse dentro de valles fluviales. En tiempos buenos estos valles proveen tierras fértiles. Pero también concentran agua durante lluvias intensas, y por eso son propensos a sufrir inundaciones extremas periódicas que pueden desbordar las riberas. Es natural que las historias de inundaciones sean comunes en todo el mundo cuando tales inundaciones son, en sí mismas, comunes.
El registro arqueológico y geológico de la costa peruana presenta una larga historia de estas inundaciones periódicas. También se las ve impactando culturas posteriores, como los Moche en los siglos VI–VII y los Chimú en el siglo XI d. C. Las inundaciones de El Niño han continuado hasta tiempos modernos. El El Niño de 2017 dejó a cientos de miles de peruanos sin hogar. En este contexto, es claro que estos eventos recurrentes de inundación peruanos de El Niño no deben verse como apoyo a la narrativa de un único mega-diluvio global. Es comprensible buscar patrones y similitudes al aprender historia antigua, como se señaló dentro de la discusión previa de pirámides, zigurats y montículos. Y, sin embargo, al observar más de cerca, vemos nuevamente que los Andes peruanos son una región distinta con su propia historia particular.
Los muchos descubrimientos que condujeron a nuestra comprensión actual de la cultura Caral-Supe / Norte Chico nos han brindado una profunda visión del desarrollo temprano de la civilización en Sudamérica. Aunque a veces contenciosa, la investigación pionera de los muchos arqueólogos involucrados en este esfuerzo ha revelado, en última instancia, una historia mucho más compleja. Sus hallazgos derribaron nociones previas sobre cómo, cuándo y dónde se desarrolló la civilización andina temprana. Ahora sabemos que esto ocurrió dentro del Período Precerámico de la costa peruana.
Los antiguos habitantes de esta región, intensificando hábilmente tanto los recursos agrícolas como los marítimos, lograron prosperar por más de mil años en un entorno desértico desafiante. Casi cinco mil años después de la construcción inicial de sus ciudades, sus complejos piramidales están reapareciendo de la arena para volver a erguirse como testimonio de aquella adaptabilidad. Si bien su eventual declive puede servir como un recordatorio conmovedor de la vulnerabilidad de las sociedades humanas a los cambios ambientales, la civilización que pioneros fue un logro monumental, que finalmente influyó en las culturas andinas posteriores a lo largo de los milenios que siguieron.
Fuentes
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