Secciones
La base planetaria de nuestra realidad compartida
Es fácil olvidar dónde estamos realmente, aun mientras atravesamos la inmensidad del espacio a 66.000 millas por hora, atrapados en una órbita perpetua alrededor de nuestro sistema solar. En su centro, una esfera ígnea arde con una intensidad equivalente a las explosiones de miles de millones de bombas termonucleares.
La nuestra es un planeta excepcionalmente raro, singularmente hospitalario para la vida, al menos hasta donde sabemos. Se mantiene en una zona habitable, equilibrado entre el empuje centrífugo hacia afuera y la atracción gravitacional del sol hacia adentro, ni demasiado cerca del intenso calor solar ni demasiado lejos. Nuestra atmósfera absorbe la luz y el calor, alimentando los ecosistemas mediante el crecimiento fotosintético de las plantas. Esta radiación solar proporciona la base energética para el surgimiento de las cadenas tróficas, sosteniendo la supervivencia de millones de especies como la nuestra.
Cada bocanada de aire que inhalas es un subproducto de esta cadena de procesos, absorbiendo la energía potencial encerrada en las moléculas de oxígeno. Este gas vital recorre tu cuerpo impulsado por el ritmo que emana desde tu pecho. Pensamos poco en estos procesos biológicos subconscientes, mientras silenciosamente nos brindan el regalo de la movilidad y la conciencia.
También solemos pensar poco en el planeta en sí, aunque nos provee los cimientos ecológicos de todo lo que experimentamos. Muchos de nuestros ancestros distantes tenían una relación muy distinta con estas fuerzas naturales. Sin comprender aún la física, algunos veían al Sol y a la Tierra como entidades divinizadas. Por ejemplo, la cultura quechua andina veneraba a Inti, el dios Sol que proporcionaba la luz necesaria para el crecimiento de las plantas. Y Pachamama era la Madre Tierra, fuente del suelo fértil del que emergían sus alimentos. Muchos pueblos indígenas consideraban a las demás criaturas del mundo como hermanas sensibles, dotadas de espíritus animales, parte de un mundo metafísico interconectado que compartían.
Hoy en gran medida hemos abandonado la creencia colectiva en interpretaciones sobrenaturales de la naturaleza, reemplazándolas por explicaciones científicas. Y quizá sea para bien, en vez de seguir adorando lo mitológico para fenómenos que ahora comprendemos con mayor racionalidad. Pero viviendo la mayoría en edificios climatizados, desplazándonos en vehículos motorizados y sin cultivar ya nuestros propios alimentos, parece que también hemos perdido la conexión ancestral con estas fuerzas elementales. ¿Hemos olvidado parte de la reverencia justificada que alguna vez tuvimos por el mundo natural y por las demás especies que lo comparten? ¿Hemos perdido algunos de nosotros la noción de nuestro lugar dentro del gran orden de las cosas?
¿Qué es La Tierra Como La Conocemos?
La Tierra Como La Conocemos propone una exploración fotoperiodística, basada en evidencia, del mundo natural y del lugar que ocupa la humanidad en él. El foco central es la intersección entre ecología y cultura: cómo las personas dependen de la tierra y cómo, a su vez, impactamos los ecosistemas locales. Los artículos aquí cuentan una historia más amplia sobre la geografía de diversas regiones, el uso del suelo y las prácticas de gestión de recursos, el equilibrio entre conservación y aprovechamiento económico, y cómo tanto las comunidades como las especies luchan por su supervivencia en los límites de la naturaleza. Estas historias examinan la investigación más reciente relacionada con estos lugares: cómo la geología y el clima han transformado los paisajes, la interacción de las especies y la arqueología e historia de los pueblos que allí habitan.
Parte de la motivación detrás de La Tierra Como La Conocemos responde a un entorno mediático en deterioro. Vivimos tras el declive de los medios impresos tradicionales, en gran medida reemplazados por fuentes en línea. Se han recortado los presupuestos de las redacciones y los recursos para reporteros de planta. Del mismo modo, la avalancha de imágenes derivada de la fotografía digital ha alterado la economía de la fotografía profesional, donde las fotos de stock se venden por centavos. El consumo de información se ha desplazado hacia contenidos cortos en feeds de redes sociales infinitamente desplazables, y gran parte de los ingresos publicitarios terminan canalizándose hacia las grandes tecnológicas.
Lamentablemente, abundante contenido de baja calidad ha llenado ese vacío: artículos diseñados como carnada de clics, giros sobre-sensacionalistas, indignación fabricada, afirmaciones sin sustento y difusión de teorías conspirativas dudosas. Mucho de ello se crea para maximizar la interacción, en un juego de números cuyo objetivo central es aumentar los ingresos por publicidad. La aparición de la inteligencia artificial agrava estos problemas, con historias e imágenes cada vez más generadas por A.I. En este nuevo paisaje mediático parece haber menos énfasis en articular una comprensión matizada de la verdad, basada en la mejor evidencia disponible.
Al mismo tiempo, enfrentamos una amplia gama de desafíos ecológicos severos. En todo el mundo, la diversidad y la biomasa de flora y fauna disminuyen rápidamente en lo que se ha denominado la Sexta Extinción. Según el World Wildlife Fund, hemos sufrido una caída del 73% en las poblaciones de fauna en apenas las últimas cinco décadas. Los humanos también afrontamos amenazas crecientes de desastres naturales, como el fortalecimiento de incendios y huracanes, y la inseguridad alimentaria derivada de olas de calor, sequías y pesquerías agotadas.
Estas presiones ambientales no son del todo nuevas: nuestro planeta ha experimentado convulsiones climáticas, biológicas y geológicas desde tiempos inmemoriales. ¿Cuánto de esto es normal, una continuación de patrones prolongados en la historia de la Tierra, frente a lo que es subproducto de causas antropogénicas? Hay mucha confusión sobre estos temas, y gran parte está ligada a nuestra política y a los medios. Los incentivos parecen desalineados. Pero una mayor consciencia de lo que realmente ocurre puede ayudarnos a encontrar mejores soluciones para algunos de estos retos. Podemos informarnos para navegar con mayor pericia hacia un futuro más sostenible. Ese camino, sin embargo, no siempre es claro y a menudo implica difíciles concesiones y consecuencias.
Mientras tanto, en la academia y las ciencias, nuevas investigaciones sobre estos problemas amplían nuestro conocimiento colectivo. A menudo son hallazgos relativamente acotados e incrementales, que se apoyan en un vasto cuerpo de trabajos previos. Sus artículos suelen estar dirigidos a colegas especialistas, llenos de jerga técnica y demasiado densos para que muchos lectores no expertos los comprendan con facilidad. Además, suelen publicarse en revistas académicas protegidas por muros de pago, lo que desincentiva una audiencia más amplia.
En consecuencia, mucha investigación fascinante no llega al público general. Me gustaría que parte de lo que escribo aquí ayude a iluminar ese cuerpo científico, recopilando una amplia literatura sobre estos temas y haciéndola más accesible a quienes están fuera de la academia. Algunos artículos de este sitio son lecturas extensas, que brindan más contexto que lo que suele encontrarse en línea. La meta es priorizar la calidad sobre la cantidad, amplificar la señal sobre el ruido, mediante contenido bien comunicado y bien referenciado, libre de anuncios distractores.
Si compartes esta visión, ayuda a crecer la comunidad en torno a este trabajo. Puedes apoyar suscribiéndote al boletín, siguiendo nuestro feed RSS, o dándonos seguimiento en tu red social preferida.
Sobre el autor
Tony Trupp - fotoperiodista, investigador independiente, desarrollador web
Mi interés por estos temas centrados en la geografía comenzó mientras estudiaba fotografía en la Northern Arizona University, practicando el oficio al explorar los paisajes desérticos del suroeste de Norteamérica. La universidad me enseñó los fundamentos y el aspecto técnico de la fotografía. Empecé disparando y revelando película en blanco y negro en el cuarto oscuro de la escuela. Usaba una vieja Nikon manual de manivela antes de pasar a una cámara de gran formato 4x5 de madera. Iba de mochilero con media docena de chasis de gran formato cargados con unas pocas hojas de diapositiva Velvia 50 ISO. Cada disparo debía contar. Afinaba la nitidez con una lupa bajo una tela de enfoque oscura y cronometraba la exposición con mi reloj. Con la llegada de las cámaras digitales mucho ha cambiado, pero aprender esas técnicas tradicionales hace que uno aprecie el medio fotográfico y su papel como herramienta de comunicación.
Pasaba gran parte de mi tiempo libre explorando la naturaleza, buscando formaciones geológicas intrigantes y ruinas nativas norteamericanas. En los veranos trabajé en parques nacionales como Yellowstone, Grand Tetons, Sequoia/Kings Canyon y el Gran Cañón. Abundante vida salvaje habita esas tierras protegidas. Aprendí a fotografiar animales estudiando su comportamiento y perfeccionando habilidades como el avistamiento, el acercamiento lento sin asustarlos y la paciencia. Nació un interés de por vida por la ecología. Tras mudarme a la Costa Oeste (Oregón, California y ahora Washington), empecé a explorar el borde del océano y los cursos de agua interiores en kayak. Deslizarse en silencio sobre el agua ofrece otra perspectiva de la vida marina, propiciando encuentros íntimos con criaturas que no serían posibles desde tierra.
Con los años, mi relación con la fotografía pasó a ser más de fotoperiodismo, intentando contar una historia con un conjunto más amplio de imágenes. Empecé a investigar y a escribir con mayor intensidad sobre lo que veía, desarrollando habilidades de escritura para compartir contexto geográfico e histórico detrás de las imágenes. La fotografía fue el impulso inicial para buscar nuevas aventuras, ponerme en situaciones que de otro modo no habría vivido y cultivar una perspectiva más amplia. Esas exploraciones se convirtieron en parte de una búsqueda por comprender más profundamente el mundo natural y el lugar de la humanidad en él.
El proyecto sobre Sudamérica
Desde niño soñaba con visitar Sudamérica, desde que leí por primera vez sobre estos lugares en viejas revistas de National Geographic. Me cautivaron imágenes de antiguas ciudades de piedra encaramadas en los Andes, selvas desbordadas atravesadas por ríos caudalosos, islas volcánicas repletas de reptiles extraños, un continente desconocido rebosante de vida. Estaba decidido a llegar algún día, a ver esos sitios de primera mano, aunque fuese décadas después. Mi vida requirió sacudidas importantes para hacerlo realidad. No es fácil romper con la rutina diaria para perseguir tales sueños. Pasé muchas noches estudiando mapas y planificando, y años ahorrando. Finalmente reuní lo suficiente para renunciar, guardé mis pertenencias en un trastero, cancelé mis servicios y compré un billete de ida a Perú. Llevé solo lo que cabía en mi mochila, en su mayoría equipo fotográfico.
En aquel primer viaje de seis meses recorrí Perú, Ecuador, Chile, Argentina, Brasil y Colombia, visitando lugares icónicos del continente, como la Amazonia, el desierto de Atacama, Patagonia y las islas Galápagos. Sus ecosistemas eran distintos a todo lo que había visto. Pero lo que más me impactó fue aprender sobre las civilizaciones precoloniales de los Andes, en especial los inca y las culturas ancestrales que los precedieron, con una forma de vida tan distinta de la nuestra.
Durante años vi las culturas tempranas de Sudamérica como un enigma, envueltas en misterio y mito, tan distintas de la civilización occidental. Hace decenas de miles de años, tras la llegada de los primeros humanos a las Américas, el puente de Bering quedó sumergido y la trayectoria de la civilización humana divergió. Con el Nuevo Mundo aislado geográficamente del Viejo Mundo, se desarrolló de forma independiente, tanto cultural como tecnológicamente. Y aun así, vemos que la sociedad en las Américas evolucionó en muchos aspectos en paralelo, reflejando cambios mayores del Viejo Mundo: su propia Revolución Neolítica y la aparición de cacicazgos, reinos y luego imperios, levantando monumentos impresionantes. Ese desarrollo de complejidad social y expansión imperial alcanzó su cénit con Los Inca. En su apogeo, se extendía desde el centro de Chile hasta el sur de Colombia. Con unos diez millones de habitantes, fue el imperio más grande del mundo.
Quise aprender más sobre lo que ocurrió aquí. ¿Cómo surgió por primera vez la civilización andina? ¿Cómo construyeron sus edificios poligonales de encaje perfecto? ¿Cómo movieron aquellas piedras megalíticas? ¿Cómo consiguió la élite inca gobernar un imperio de tal magnitud? ¿Cuáles eran sus creencias religiosas y qué pasó con ese sistema al enfrentarse a la ideología europea? ¿Cómo domesticaron tantos de los alimentos de los que dependemos hoy? ¿Y cómo lograron los conquistadores españoles, siendo tan pocos, derribar un imperio con tanto territorio y poder?
Comencé a profundizar en la historia y la arqueología de Sudamérica, leyendo trabajos académicos, familiarizándome con las controversias e incluso retrocediendo hasta los escritos originales de los primeros cronistas españoles. A diferencia de los maya de Mesoamérica, ninguna cultura sudamericana precolombina tenía una lengua escrita completa (solo quipus, más cercanos a un sistema de registro). Sin embargo, pese al marco común que presenta su cultura como un misterio incognoscible, con respuestas perdidas para siempre, lo que encontré me sorprendió. Los conquistadores escribieron prolíficamente sobre sus expediciones tempranas por las Américas y sobre las muchas culturas indígenas que encontraron. Varios españoles registraron con detalle la rica historia oral inca junto con sus propias crónicas de testigos. Estos documentos ofrecen una ventana rara a la cultura inca poco después de la conquista, incluyendo las técnicas constructivas de los canteros incas. Extrañamente, muchas de estas fuentes históricas rara vez se citan en el debate moderno sobre estas culturas. El registro arqueológico brinda otra perspectiva para observar la historia andina precolombina, cotejar esas referencias del periodo de contacto y también retroceder miles de años más en el pasado remoto.
En viajes posteriores por Sudamérica, empecé a explorar lugares menos conocidos. Esas rutas incluyeron decenas de sitios arqueológicos y museos, para aprender sobre otras culturas tempranas del continente, como Caral‑Supe, Chavín, Moche, Chimú, Chachapoya, Nasca, Muisca, Wari y Tiwanaku, entre otras.
Mi objetivo a largo plazo con este proyecto es publicar parte de esta investigación y fotografía en un libro enfocado en Sudamérica. Tras más de una década de estudio intenso de la literatura existente, siento que estoy capacitado para hablar sobre ello. Mi papel aquí es principalmente periodístico: sintetizar todas estas fuentes en algo más accesible, compartiendo también algunas observaciones propias. La meta principal es la precisión, apoyándome en investigaciones revisadas por pares y fuentes históricas originales, de modo que las afirmaciones sobre estas culturas estén bien sustentadas por la evidencia. He comenzado a publicar parte de este trabajo en este sitio, como forma de atraer lectores, obtener retroalimentación temprana y medir el interés en ciertos temas. Si esto te interesa, por favor suscríbete al boletín y sigue a La Tierra Como La Conocemos en tu red social preferida.